LO QUE CAPTÉ. . .
Al otro lado del hilo telefónico, contestó su voz, en verdad pensé que era posiblemente el hijo quien contestaba la llamada, pero no. . . era él, su voz aparte de sonar joven, era llena, como la de un locutor, su tono bajo, seguro, amable. Le conté que un amigo común me había proporcionado su número telefónico y que le mandaba saludos desde Costa Rica. . . Él preguntó, después de una pausa un poco larga, ¿acaso hablamos de Ricardo. . . Ricardo Martin? Desde luego, respondí, fue el único encargo que me hizo. “En cuanto te situés en Buenos Aires, por favor llamalo”, me dijo. ¿Pero que hace Ricardo, allá en Costa Rica? Está dedicado a la publicidad, trabaja en una agencia internacional de publicidad y trata en medio del vendaval que es la publicidad, de escribir. Por supuesto, eso lo hace muy bien. ¿Sabe usted que Ricardo Martin, ganó un Premio Latinoamericano de Novela, hace algunos años? Aunque parezca raro, lo se. No le fue fácil contármelo, es muy reservado con su historia, pero Marcela, su mujer, lo insinuó y Ricardo paró contándomelo. De salud ¿Cómo está? Yo diría que muy bien, por lo menos yo así lo veo. Nos vemos muy seguido, tomamos algo, hablamos de muchas cosas que nos interesan, como la política y la literatura, yo soy guatemalteco, lo conocí en mi país y vivo exiliado en Costa Rica. ¿Desde hace cuanto está usted en Costa Rica? Ya hace ocho meses. Usted si que salió del infierno. . . aunque ahora visita una sucursal del mismo, la situación acá está terrible, muy parecida a la de su país, Guatemala. Los desaparecidos abundan, los torturados también, muchos son asesinados en las calles. Mucho peor que el infierno del Dante. Esto es lo mismo que leo que está pasando en Guatemala, su voz tiene una tristeza profunda y agrega, no nos merecemos esto.
Sabe usted que me gustaría compartir un café con usted, pero vamos con mi mujer de salida hacia el interior, es el feriado del verano, nosotros tenemos el verano cuando ustedes están en época de frío. Siento quitarles el tiempo, le digo. Por favor no se preocupe, contesta. Eso no quiere decir que tengamos que cortar, podemos atrasar un poco nuestra salida, no hay pena.
Supongo que se lo dicen y le confieso, sigo impresionado por Alejandra. . . y además, ¿sabe usted que hace unos pocos años, conocí a su hijo Mario. ¿Dónde? Pregunta. En mi país, yo era Director del Teatro de Arte Universitario y estaba dirigiendo una obra de Rodolfo Walsh. . . la voz se le quiebra al decir, una de las víctimas de esta horrenda tiranía. Así es, respondo, y esa tarde, viendo la obra estaba Mario. Al finalizar la función, se llegó a los camerinos y se presentó, dijo que la obra le había gustado mucho y me hizo una sugerencia al respecto de la partida de ajedrez con que se abre la obra. Conversamos un buen rato, es de tan fácil conversación, como usted. Vamos, no exagere, por favor. Créamelo, no exagero. Cuando marqué su número, pensé, por un momento, que talvez no tomaría mi llamada y mire, le he robado ya media hora. Por favor, acá nadie roba nada, sobre todo cuando la charla es tan amena e interesante. . . y le robé casi media hora más.
Era noviembre de 1980, Edelberto Torres Rivas, me había designado para que representara al Consejo Superior Universitario Centroamericano –CSUCA-, en un Seminario sobre Medio Ambiente en Argentina. Mi interlocutor en la línea telefónica, fue ni más ni menos que Ernesto Sábato.
Lo estaban enterrando allá en Argentina y yo, triste por la noticia, rememoraba con Cristy, este encuentro en el lejano 1980.
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